Corazón sangrante


Alcide se levantó cuan alto y ancho era; hizo un ademán con la cabeza y se despidió de su señor. Pero antes de que pudiera salir por la puerta, éste le habló:
No falles Alcide.
El joven moreno se giró y lo miró a los ojos. Desde la gran guerra entre aquelarres hacía más de ochocientos años los brujos blancos estaban obsesionados con destruir a los rebeldes que se les oponían. Para ello, los brujos habían llegado a controlar desde pequeñas empresas hasta los grandes gobiernos, siempre ocultos como si de una leyenda olvidada se tratasen.
No señor, descuide.
Alcide había llegado a su viejo hogar seguido de Usher. El gran señor le había ordenado llevarlo con él, le ayudaría a encontrar a la wiccana que debía eliminar. Lo miraba con desagrado a través de sus gafas de sol; Usher era un brujo menor, pero aun así se creía superior al licántropo, haber sido elegido para acompañarlo era su castigo por fallar en su anterior misión.
La pareja salió del coche y admiraron la enorme casa que se levantaba frente a ellos: una antigua mansión perteneciente a la familia de Alcide durante varias generaciones que ahora estaba desolada. A la muerte de su padre, Alcide había sido enviado con el aquelarre para ser entrenado como segador; era la primera vez en quince años que volvía a pisar sus tierras. Miró a su alrededor, se metió las manos en los bolsillos.
Usher, encárgate de esto. Volveré en unos días.
El mayordomo asintió con desgana mientras sacaba una pequeña agenda y anotaba todas las reformas que necesitarían hacer.
Dicentra se paseó por el jardín a la espera de que el hombre bajito y desgarbado que la había contratado la atendiera. Tenía mucho trabajo por delante pensó al mirar el jardín; estaba descuidado por el paso del tiempo; los matojos y malas hierbas habían creado un ambiente salvaje y tétrico. La chica se adentró hacia la parte que daba al viejo bosque; aquel que conocía tan bien.
Cerró los ojos y se dejó llevar. El olor a tierra y a agua del pequeño río que cruzaba cerca de donde estaba la embriagaba, el sonido de los pájaros, el aleteo de una mariposa que por allí pasaba, y aquella presencia que tan bien conocía la acompañaban. Aquel espectro la hacía sentir siempre tranquila y protegida. Dicentra dejó que su aura se expadiera y el espíritu la acariciara. Era una sensación extraña, pero liberadora. Un graznido la sacó de su ensimismamiento.
El enorme cuervo aleteó hasta posarse en su hombro y pasear su cabeza negra contra su cuello. La chica correspondió a su caricia entregando un poco de maíz que llevaba en sus bolsillos.
Curiosa mascota.
Una voz ronca pero a la vez suave, casi como un ronroneo, hizo que la chica se girase. El hombre al que pertenecía era enorme, moreno y con unos ojos negros y profundos como la noche. Dicentra se sintió atraída inmediatamente sin remedio. Alcide acercó con una sonrisa que mostraba unos dientes blancos y perfectos y la chica le sonrió tímida antes de desviar la mirada. Alcide llevó una mano hasta casi el rostro de la muchacha, trató de acariciar al cuervo, pero éste saltó graznando al pecho del hombre arañando con sus patas y tratando de picotearle el rostro. Dicentra se apresuró a golpear al animal para espantarlo.
Lo siento, mucho. Vayamos dentro, está sangrando.
Alcide se apoyó sobre la encimera de la cocina y se dejó atender por la dulce muchacha. La miraba serio, aquellos ojos verdes lo hipnotizaban, su pelo negro y rizado que se posaba suave sobre sus hombros le daban un aspecto salvaje. La atracción que sentía por aquella chica era de locos, apenas la conocía y sólo anhelaba conocer sus secretos.
Nunca se ha portado así. Dicentra se disculpaba casi en un susurro, sentía la mirada de aquel hombre sobre ella, una mirada intensa que la ponía nerviosa pero a la vez la cautivaba. El cuerpo de aquel desconocido desprendía un calor casi inhumano, su piel era suave y su pecho y abdomen estaban marcados por el ejercicio. Sintió un deseo casi incontrolable de acariciarlo.
La pareja se quedó allí durante unos segundos, mirándose a los ojos en silencio. La tensión era palpable por parte de los dos. Fue él quien trató de acercarse a ella alzando una mano hasta su rostro, el cuerpo le pedía besarla, morderla y poseerla en ese momento. Alcide se contuvo, la luna llena llegaría pronto, por eso estaba así. Usher entraba en la cocina en ese momento.
Alcide, ya veo que conoce a la señorita Dicentra. Es la nueva jardinera, comienza hoy.
La pareja se separó sobresaltada por la intrusión. El licántropo miró con furia a su ayudante.
Los meses pasaban y ni Usher ni él avanzaban en su búsqueda. Alcide se acercó a la ventana con los brazos cruzados. El jardín había cambiado mucho, ya no había maleza, las enormes jardineras estaban preciosas, los árboles frutales comenzaban florecer y las rosas rojas salpicaban el enorme jardín. Dicentra hacía un gran trabajo.
Esto no puede seguir así Usher. Llevamos varios meses y aún no sabemos nada de esa maldita bruja. ¿Has rastreado todo el pueblo?
Si, señor. Dos veces, pero nadie parece saber nada.
Alcide se apoyó en el marco de la ventana. Dicentra aparecía en ese momento por delante de su campo de visión con una extraña planta entre las manos. El corazón del licántropo se aceleró.
La chica se sentía observada, al girarse, se topó con la intensa mirada de aquel hombre que en sueños deseaba. ¿Por qué la miraba así? ¿Qué quería de ella? Le dedicó una sonrisa nerviosa y continuó con su trabajo.
Alcide no podía dejar de observarla. Miró de reojo a Usher, no le gustaba ese brujo y ya estaba cansado de que apareciera cada vez que trataba de acercarse a la muchacha, algo que sucedía a menudo últimamente. Meditó por un momento.
Usher, quiero que vayas al pueblo, y esta vez no vuelvas hasta que no encuentres algo ¿me has entendido?
Usher lo miró irritado. Odiaba tener que hacer el trabajo sucio para Alcide, por eso aparecía siempre cuando trataba de acercarse a la chica. Era la única forma en la que parecía molestarlo. A regañadientes el brujo asintió y se marchó de la sala.
Dicentra salió del baño con el pelo aún húmedo. Ya era de noche, no solía salir tan tarde del trabajo, pero había estado trasplantando a las jardineras los nuevos brotes que habían llegado, flores de corazón sangrante, eran unas plantas algo delicadas y necesitaban mucho mimo para agarrar en un nuevo espacio. El pasillo hasta la cocina era largo y estaba a oscuras. Un sentimiento de peligro se coló en su pecho. Miró tras ella pero no había nadie, seguramente lo había imaginado. Se relajó y expandió su aura para buscar la presencia que siempre la acompañaba, no estaba. Su rostro se tornó triste y cabizbaja siguió su camino.
Sin saber cómo había aparecido, una mano la agarró por la muñeca y tiró de ella colocándola contra la pared. El cuerpo de Alcide la apresaba, no había escapatoria, aunque Dicentra tampoco la quería. Sentía su respiración agitada y el aliento del hombre en su rostro. Aquellos ojos oscuros la miraban con deseo, sus manos cálidas y suaves recorrían sus brazos provocando un escalofrío de placer que le atravesaba la columna de principio a fin. La tensión acumulada durante los últimos meses, siempre interrumpida por aquel mayordomo inoportuno, era ahora liberada. No eran necesaria las palabras.
Dicentra se abrazó a su cuello, enredando los dedos a su cabello, buscaba sus labios desesperada. Hacía meses que deseaba enredarse en aquel beso, en su cuerpo y en aquellos ojos intensos y misteriosos, anhelaba descubrir si era aquello lo que él deseaba de ella. Alcide correspondió a la pasión con más pasión, su cuerpo se encendió rápidamente. Por fín podía tenerla entre sus brazos sin que aquel estúpido brujo de tres al cuarto le interrumpiera. La elevó sin apenas esfuerzo, sintió las piernas de la chica rodearle la cintura mientras sus dientes jugaban con su labio inferior. Esa noche se abandonaría al placer de su cuerpo cumpliendo así aquel deseo que lo carcomía desde que la conoció.
Dicentra caía lacia sobre el pecho grande y fuerte de Alcide. Su corazón latía acelerado y su respiración aún agitada poco a poco se rendían a la calma del sueño. Más de dos meses hacía que la chica dormía allí con él. Alcide le acarició el rostro en cuanto se recostó a su lado.
Te quiero.
El miedo se apoderó del hombre en cuanto la chica habló, se había enamorado de Dicentra y sabía que si no daba con la bruja pronto, su señor podría tomarla con ella. Pero en cuanto acabara su misión, se marcharían de allí. La atrajo hacia él y la besó una última vez antes de dormirse.
Usher había vuelto a medio día, con paso rápido se adentró por los pasillos de la vieja mansión ahora reformada y abrió violentamente la puerta del despacho de Alcide. El licántropo levantó lentamente la mirada hacia el brujo, tenía muy mal aspecto. Sus ropas estaban raídas y algo rotas y tenía muchas ojeras, parecía que no había dormido desde que se marchara dos meses atrás.
Tienes un aspecto horroroso ¿qué demonios te ha pasado?
El brujo lo miró con ira contenida y le gritó al licántropo.
¿Quieres saber qué me ha pasado? Te diré lo que ha pasado, mientras tú estabas aquí tirándote a esa mujerzuela de tres al cuarto...
Alcide se levantó, unos colmillos afloraron entre sus labios, sus ojos oscuros se inyectaron en sangre y su rostro había comenzado a cambiar en una mueca que estaba a medio camino entre un cánido y un hombre. Agarró al brujo por el cuello de la chaqueta y lo elevó sin apenas esfuerzo en el aire.
¿Qué has dicho? La voz de Alcide era más un gruñido que otra cosa. El brujo tragó saliva y su rostro se descompuso; negó con la cabeza asustado, gesto suficiente para que el licántropo lo dejara en el suelo.
Lo siento, pero... he encontrado algo. Al sur en el bosque hay un altar, a un par de kilómetros.
Bien, en unos días será luna llena. Será el momento de terminar con esto.
La oscuridad de la noche la envolvía; la luna se alzaba grande y redonda en el firmamento. Dicentra no necesitaba sus ojos para ver, la guiaban los espíritus del bosque. Abrió su aura y se dejó llevar, los árboles, las flores, los pequeños roedores y las aves la guiaban. Tras un largo paseo la joven llegó a su lugar de culto. Aquel lugar ancestral la recibía una vez más, y ella le abría su corazón para dejar que los espíritus volvieran a pasearse por la tierra usando su cuerpo como puerta de paso. Se colocó encima de la enorme piedra que hacía de altar,en el centro del pentagrama que había sido esculpido siglos atrás, el musgo y la maleza casi lo había cubierto.
Un enorme ciervo se colocó a la derecha de la chica y una pareja de lobos la miraban. Dicentra acariciaba a los animales que la rodeaban o se acomodaban en su regazo. Un gato negro ronroneaba y se restregaba contra su espalda. Sentía todos y cada uno de sus espíritus, pero había uno nuevo, uno que nunca había sentido antes diferente a todos. Abrió su aura llamándolo en silencio. La presencia nueva hizo su aparición en el claro del bosque. Dicentra abrió los ojos para encontrarse con una figura negra al fondo. Se acercó tranquila seguida por el astado y los dos lobos.
El enorme animal de negro pelaje no discernía bien a ver el rostro de la wiccana; se agazapó enseñando los dientes, listo para atacar, como otras veces había hecho. Pero cuando la mujer se acercó a solo unos metros de él, Alcide percibió un olor conocido. Su cuerpo se paralizó al instante.
Hola grandullón su voz era suave como el viento en una noche de verano, tendió una mano para acariciar al lobo huargo que se mostraba sumiso ante ella, y se dio cuenta entonces de quien se trataba.
Alcide miraba preocupado a la muchacha que dormía tranquila entre sus brazos. Dicentra era la wiccana a la que llevaba varios meses buscando, debía eliminarla, pero no podía. La amaba y ella a él. Tras la noche anterior ambos se habían sincerado y habían hablado de sus orígenes. Aunque Alcide no había sido del todo sincero, pues aún no le había dicho el peligro que ella corría. Debía hacer algo y pronto. Usher estaba allí día y noche; aunque le había mentido indicando que esa noche la bruja no había aparecido, algo le decía al licántropo que el brujo no le creía. No sabía qué hacer, el aquelarre los gobernaban desde hacía siglos, sería imposible escapar.
El cuervo negro entró revoloteando y graznando por la ventana abierta. Dicentra se despertó sobresaltada, algo estaba a punto de suceder. Él también sentía aquella presencia. Alcide se transformó mientras saltaba hasta colocarse en los pies de la cama. El lomo del huargo se erizó mientras gruñía y enseñaba los dientes a aquel ser que se acercaba a la puerta del dormitorio.
Debiste acabar con ella cuando tuviste oportunidad. Ahora caeréis los dos.
La voz de Usher era jocosa y desprendía un destello malévolo. Su señor estaba a punto de llegar. El licántropo lo sabía. Sin pensárselo dos veces saltó sobre el brujo, desgarrándole la garganta de un mordisco. Dicentra salió corriendo tras Alcide atravesando la casa en busca de la seguridad que el bosque siempre le había ofrecido. El enorme cuervo la seguía de cerca.
Cruzaron la mitad del jardín cuando toparon con un encapuchado. El lobo conocía muy bien aquella capa blanca y aquel rostro viejo y obsesionado con aniquilar a los wiccanos rebeldes.
¿Qué has hecho Alcide? Te di una orden y en vez de cumplirla, te enamoras y me desobedeces. 
Alcide se transformó de nuevo mientras se colocaba entre el anciano y Dicentra. Su cuerpo desnudo brillaba bajo los rayos de la luna.
No te atrevas a tocarla.
El brujo torció el gesto en lo que pretendía ser una sonrisa.
Te daré otra oportunidad Alcide, mátala ahora y te perdonaremos la vida.
Por respuesta, el hombre volvió a transformarse, saltando sobre el anciano. Pero el brujo no era estúpido y antes de que Alcide se terminase de transformar ya había preparado un escudo que lo protegería de su ataque.
El dolor que el lobo sintió al contacto con el escudo protector era inmenso. Su cuerpo se retorció, sus huesos parecían quebrarse bajo el impacto. Cayó al suelo semiinconsciente y transformado de nuevo en humano, sentía el sabor ferroso de la sangre caliente en su boca. Las manos suaves de la joven le acariciaron el rostro. El cuervo los miraba en silencio. Dicentra miró a los ojos negros de Alcide para regalarle una sonrisa.
Te quiero Alcide.
La wiccana se levantó solemne interponiéndose entre el anciano y el amor de su vida. Cerró los ojos y se concentró en abrir su aura. Sabía que lo que iba a hacer podría matarla, el espíritu del cuervo era oscuro y cruel, sólo permitía que la rozara para así calmar su ansia de volver a la tierra, pero esa vez, lo dejaría salir. Aquel brujo que trataba de matarla casi acababa con la vida de Alcide, no lo permitiría.
Sentía como su aura se expandía y el espíritu ancestral de aquel cuervo se abría paso. Su oscuridad, su poder y el mal que de él emanaban avanzaba como tentáculos carcomiendo su aura, transformándola y haciéndola jirones. Sentía cómo la conexión con el mundo terrenal se partía lentamente.
Alcide la observaba impotente, no entendía que hacía, pero sabía que aquello le hacía daño. Quiso moverse, pero su cuerpo no respondía.
Dicentra extendió los brazos y comenzó a acercarse al brujo, cada vez le costaba más respirar, una niebla negra comenzó a cubrirla desde el pecho poco a poco. Los ojos del anciano se abrían más y más, aquello no era magia wiccana normal, aquello era magia ancestral, algo para lo que no estaba preparado. Trató de crear un nuevo escudo que lo protegiera, pero el miedo lo había paralizado. No era capaz de concentrarse.
La mujer abrió sus ojos y miró al brujo a los suyos. Ya no eran verdes, un velo de una oscuridad impenetrable los cubría, en él podía verse el mal en todo su esplendor. El anciano trató de huir, pero estaba clavado al suelo. La luz de la luna ya no podía atravesar la capa de niebla negra que ahora envolvía al anciano también. Un frío extraño se coló por su cuerpo, sentía como si le quemasen con hierros al rojo vivo para luego adentrarse en un mar helado. La boca se le había secado, las palabras morían en su garganta. El viejo brujo sentía mil agujas clavadas en su espíritu; aquello era más doloroso que la peor de las torturas. Pidió en silencio que la muerte lo alcanzara.
La muerte no vendrá a ayudarte.
La voz de Dicentra estaba distorsionada. Una sonrisa macabra apareció en sus labios. Y tal y como había llegado, el espíritu que usaba su cuerpo como portal al mundo terrenal, volvió a atravesarlo llevándose consigo al viejo brujo.
Dicentra caía al suelo con un golpe sordo.
El aura de Dicentra no había vuelto a ser la misma; una oscuridad impenetrable la cubría y desde entonces no había vuelto a poder abrirla a los espíritus del bosque. Miró a su alrededor, había plantado varios brotes de flor de corazón sangrante junto al altar, pues era así como sentía su espíritu desde entonces. Sentía un vacío enorme, pero no importaba, porque volvía a llenarse cuando Alcide la miraba, cuando sus labios la besaban y el calor de su cuerpo la envolvía. Un hocico húmedo le rozó la mano, era el momento de volver a casa.



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